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Estamos en Creta, la bella isla mediterránea, patria del Greco, de Nikos Kazantzakis, del poeta y premio Nobel Odyseas Elytis y de Nana Moscouri, esa voz de golondrina, gafas, siempre atildada, sin sombra de bigote. Después de una apacible travesía en el transbordador que une la isla con Atenas, nos hemos alojado en el hotel Mirabello, al lado del puerto de Heraklion, un remanso de paz aseado y tranquilo, lejos del turismo de sol y menú barato que invade las coquetas calitas y los pueblecitos blancos de la isla. —¿A disfrutar del sol y del mar? —pregunta el recepcionista en esmerado español
‌—No, señor, venimos por las piedras. Para los que amamos las culturas antiguas, Creta es un cofre que guarda en su interior los vestigios de la antigua civilización minoica, especialmente el palacio de Cnosos. Desayunamos un café espeso, bueno, y una rebanada de dakos (pan denso, con pulpa de tomate, aceite y queso). En la mesa comunal, que ocupan también dos parejas de españoles, un matrimonio de Sabadell y unos novios de Segovia, surge la discusión de si lo que estamos desayunando es pa amb tomàquet, lo que demostraría la intensa irradiación de la cultura catalana en el ámbito mediterráneo. Unos que sí, otros que no, la discusión sube algo de tono, lo propio entre españoles, y el dueño del hotel se ve en la necesidad de intervenir con la autoridad que le da el ser hombre bastante viajado y dominar cinco idiomas con sus correspondientes culturas. —Estimados amigos: este plato debe considerarse mediterráneo, sin que ningún pueblo de nuestras riberas esté autorizado
‌a apropiárselo. El pan con aceite y tomate se toma en todas partes donde hay olivos que den aceite y huertas que den tomates. Dicho esto, tengo entendido que a Cataluña lo llevaron los trabajadores extremeños, murcianos y andaluces que en los años veinte del siglo pasado excavaron el metro de Barcelona. Dado que procedían de un medio rural, plantaban tomateras a lo largo de los desmontes de las vías y, de este modo, se proveían de esa solanácea, entonces sípida, con la que humedecían y saborizaban los tristes mendrugos del almuerzo. En probanza del origen extracatalánico de la feliz combinación, podría añadir, si quisiera echar leña al fuego, lo que está lejos de mi intención, que el aceite menos adecuado para el pa amb tomàquet es precisamente el arbequina catalán, que resulta bastante insípido si lo comparamos con el aromático hojiblanca, el contundente picual, o ese exquisito kalamata griego que ustedes tienen en esas aceiteras. ¡Cualquiera de ellos mejora notablemente el sabor del pan con tomate!

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