Los holandeses son especialmente devotos a su San Nicolás, al que llaman Sinterklaas, (pues él también tiene nombres distintos en función de los países: Saint Nicolas, Sant Nikolaas, Mikołaj, etc.) y lo convierten en patrón de los marineros y de Amsterdam. Cuando colonizan Nueva Amsterdam (la actual Manhattan), le erigen una imagen de culto.
Tan pintoresca devoción llama la atención del escritor Washington Irving que la retrata en su libro Knickerbocker’s History of New York, publicado en 1809, y en el que convierte al obispo en un personaje civil, un señorón holandés, mayor, grueso y sonriente, vestido con sombrero de ala, calzón y fumando en pipa; un emigrante holandés como otro cualquiera, solo que con la peculiar afición de arrojar regalos por las chimeneas y sobrevolar en un caballo volador que arrastraba un trineo prodigioso. El hecho de que Irving denominase al personaje «guardián de Nueva York» hizo que su popularidad contagiara a los norteamericanos de origen inglés, que comenzaron también a celebrar su fiesta cada 6 de diciembre.