“Pensé: esto es un golpe de Estado y me van a dejar aquí tieso. El corazón me latía a 200. En el bolsillo tenía un librito de leyes políticas y recuerdo que toda mi preocupación era poder cogerlo a tiempo para utilizarlo de parapeto en la cabeza, pensando, iluso de mí, que quizá las balas no lo atravesarían. Se llevaron a Gutiérrez Mellado, Suárez, Carrillo y parecía síntoma de paseíllos. Fue una sensación inaguantable. Tejero era rigurosamente alocado, era obvio que estaba perturbado. Predominaba la gente hosca, cuarteleros, sabían lo que hacían. Pero también había gente que había ido engañada, capturada a última hora, entre ellos uno que me acompañó al servicio alguna vez que fui y que me susurró: “Yo no tengo la culpa. Perdóneme, los que estamos haciendo el ridículo somos nosotros”.