Tenía decidido no continuar hasta este verano la historia de #LosAlmeida, pero los recuerdos son los que mandan, especialmente cuando mis fantasmas se me aparecen en sueños.
Nos repugnan las corridas de toros, vestigio de una época terrible en la que todas las familias mataban animales. Quien ha estado en una matanza del cerdo a la antigua no olvida los gritos del animal al desangrarse.
Yo no he olvidado jamás el tajo que le dio mi abuela a mi pato, Saturnino. Nos lo comimos con arroz.
La relación de nuestros ancestros con la violencia nos resulta difícil de entender actualmente, cuando toda riña acaba en el juzgado, y con todos los intervinientes en la reyerta condenados.
El día que mi abuela Paca se enteró, en medio de la guerra civil, que mi abuelo Pedro miraba demasiado a una vecina que le sonreía, se fue a buscarla a la cola del racionamiento. Y se volvió para casa con las uñas llenas de piel y sangre humana.
No hubo más coqueteos.
Nuestra relación con la muerte es extraña. Incluso dentro de la misma familia es distinto el trato a los difuntos en Extremadura y Cataluña. Las ceremonias con música son raras allí, y aquí muy frecuentes. Allí el duelo, en mi infancia, duraba varios días con el cuerpo presente, y todo el pueblo pasaba a visitarnos.
Los fantasmas nos visitan en sueños, y a veces despiertos, como le pasó a mi abuela, que aterrorizó a una vecina cuando dijo 'mira, mi cuñada'. Llevaba años muerta.
Sé que en breve veré a alguien a quien hace mucho tiempo que no he visto. Lo sé porque esta noche he soñado con esa persona, y automáticamente se han despertado un montón de recuerdos.
Me preocupa más soñar con mis fantasmas, porque eso significa más trabajo para mí. Me están diciendo que todavía tengo cosas por hacer aquí, que no me esperan a corto plazo. Y eso quiere decir, invariablemente, que mi jubilación va para largo. Mis fantasmas son peores que la Seguridad Social.
La forma de despedirnos de los difuntos en Extremadura y Cataluña es muy distinta. En el entierro de mis tíos abuelos desfiló todo el pueblo delante de nosotros, sus parientes. En el de mi madre en Barcelona hubo mucha música clásica.
En la despedida de mi amigo Felipe, presidida por la tricolor republicana, brindamos con bagazo y le cantamos el Bella Ciao, como pidió. Plantamos para él un árbol con raíces en dos países, en la misma frontera con Portugal, La Raya. Allí me espera.
Mis recuerdos vuelven a Barcelona, donde dice mi mujer que tenemos una relación morbosa y necrofílica con los muertos.
Besar a un muerto es como besar el mármol. Y el mármol de las esculturas de los cementerios de Barcelona alucinó a mis suegros extremeños, sobre todo cuando vieron estatuas con su caña y su paquete de tabaco.
Mi abuela esperó a que me fuese de la clínica para morir. Ella me acompañó en mi nacimiento, yo tuve el privilegio pasar con ella su última noche.
Aquellos a quienes oculto en mis recuerdos se me aparecen en sueños.
El olvido, ese mal. Nos aterroriza perder los recuerdos, olvidarlo todo. Y sin embargo no hay peor tortura que no poder olvidar. La memoria guarda copia de todo aquello que ocultas a los demás, de todo aquello que repudias de ti mismo. La memoria guarda copia de hasta el último pensamiento que nos avergonzó y borramos. La memoria guarda copia de todos los borradores, de todo lo que quisimos ser y no fuimos.
Cuando llega el futuro y con él un acontecimiento que esperábamos con angustia, acostumbra a ser mejor que lo que temíamos.
Cuando miramos el pasado, por el contrario, lo vemos mejor de lo que fue. Incluso los peores dolores duelen menos en el recuerdo.
Intentaré no engañarles. Si han llegado hasta aquí ustedes se merecen conocer la verdad. No blanquearé mis recuerdos, y tampoco los sueños que aparecen entrelazados con ellos.
#LosAlmeida
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