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Ens ho han d'explicar des de fora...

«‘It’s not drought - it’s looting’: the Spanish villages where people are forced to buy back their own drinking water»

https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2024/nov/23/spanish-villages-people-forced-to-buy-back-own-drinking-water-drought-flood

> «Spain is increasingly either parched or flooded – and one group is profiting from these extremes: the water-grabbing multinational companies forcing angry citizens to pay for it in bottles»
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Ara que ha tornat Bola de Drac al SX3, voleu saber com es diria aquesta mítica sèrie en #Esperanto?

Pels que vulgueu pujar nota: què creieu que significa "Lumo, fajro, detruo!".

#boladedrac

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La Fedi és fúngica, no viral.

I per això és necessari observar altres paràmetres més enllà dels impulsos i les agradamentes: nivell de conversa, de continuïtat, diversitat dels nodes, etc.

Mireu com intentem fer filigranes conceptuals i digitals per representar mètriques qualitatives fediversals.

En @marcelcosta fa uns dibus espatarrants :) Merci també @teketen per posar cullerada a l’asuntu.

#Fedicat #Fedivers #FediFungi

https://agora.fedi.cat/t/repensant-els-criteris-dexit-duna-publicacio/818/22

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#^Les victòries ideològiques de l’esquerra sobiranista

En el debat de les esquerres sobiranistes, aquests dies l’estat d’ànim és de derrota. Després d’una dècada excepcional, amb espais de poder institucional que no havien tingut almenys des dels anys trenta, ara aquest és un espai polític en replegament. Hi ha raons per a la inquietud, certament. A les urnes, a les enquestes, a …

The post Les victòries ideològiques de l’esquerra sobiranista appeared first on Crític.
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South Africa’s efforts to hold Israel accountable for killing countless Palestinian children in Gaza is “not anti-Semitism”, Foreign Minister Ronald Lamola said.

Speaking during an event marking the International Day of Solidarity with the Palestinian People in Pretoria, Lamola added that “any criticism of Israel cannot be considered anti-Semitism.”

He stressed that his country’s solidarity with the Palestinian people did not begin last year.

middleeastmonitor.com/20241127

🕎 🇵🇸 ☮️
#Gaza #Palestine

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British plastic surgeon, Dr Victoria Rose, travelled to Gaza twice this year to provide life-saving medical care to children wounded by the genocide in Gaza.

Rose talks about her difficult experiences of working in the Gaza Strip despite the continued attacks on healthcare facilities and medics by the Israeli military, and what the medical community is doing to try to affect change.

youtube.com/watch?v=AzZjmG791D

🕎 🇵🇸 ☮️
#Gaza #Palestine

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A young Spanish lawmaker announced that he is taking part in a multi-day hunger strike in support of Palestine.

At a press conference in parliament yesterday, Jorge Pueyo declared his support for a hunger strike initiated on 19 November by the Aragon Palestine House and the Jerusalem Association in his constituency, the country’s autonomous region of Aragon.

middleeastmonitor.com/20241127

🕎 🇵🇸 ☮️
#Gaza #Palestine

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El concepto “banalidad del mal” fue propuesto por Hannah Arendt en el libro publicado en mayo de 1963 sobre el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén entre abril de 1961 y mayo de 1962, fecha en la que fue ejecutado después de confirmarse su sentencia de muerte. View article View summary #^La crisis del capitalismo tardío y la banalidad del mal

Eichmann era el teniente coronel de las SS, destacado en la Gestapo, la policía política de la Alemania nazi, donde se había convertido en el principal «especialista» de la «cuestión judía», llegando a ser responsable de la gigantesca operación logística que implicó el exterminio de la población judía de Alemania y de todos los países bajo ocupación del III Reich. Es decir, el censo y concentración coercitiva de los judíos en cada país, el inventario minucioso de sus bienes con vistas a la expropiación por parte del Estado nazi, la planificación y realización del transporte ferroviario y la distribución por los campos de exterminio o de concentración y finalmente la recolección de los despojos rentables dejados por las víctimas (joyas, dientes de oro, cabellos…) y su envío al Ministerio de Economía y al Tesoro del Reich.

El estudio del voluminoso proceso judicial contra el Obersturmbannführer responsable de la vertiente logística del holocausto y el análisis de su comportamiento en los tribunales llevaron a H. Arendt a formular la idea de que la barbarie criminal del nazismo sólo fue posible mediante la difusión generalizada, como un hongo, de lo que calificó como la banalidad del mal. Es decir, la quiebra del pensamiento crítico, la incapacidad de distinguir entre el bien y el mal, la normalización de la barbarie, de la prepotencia, de la injusticia, el sonambulismo social frente a la explosión y la discriminación. En definitiva, el “colapso moral” de las actitudes y comportamientos dominantes. Es importante precisar dos puntos esenciales en el enfoque de Arendt sobre la banalidad del mal.

El primero es que encara el mal en términos claramente seculares, es decir, rechazando cualquier explicación trascendental, «demoníaca», fruto solo de monstruos y demonios (las élites del nazismo) metafísicamente extraños a las realidades que los generaban. Por el contrario, la autora se resiste a conferir fácilmente un carácter mítico a la banalidad del mal, considerándola como inherente a los regímenes totalitarios emergentes en el siglo pasado. En el fondo, un producto de la capacidad de estos totalitarismos contemporáneos de “alterar sistemáticamente la naturaleza humana, haciendo superfluos los seres humanos, en su pluralidad, espontaneidad e individualidad” (1).

El segundo punto se une al anterior: es imposible imponer la banalidad del mal sin la colaboración y la complicidad de las víctimas, es decir, sin ese colapso moral resultante de la incapacidad de pensar, juzgar y comparar generada por la alienación, el miedo o la manipulación. Lo que convierte a las «personas vulgares», incapaces de cometer delitos en diferentes condiciones, en cómplices por acción u omisión o en coautores de las peores barbaridades y formas extremas de injusticia y arbitrariedad. Las élites nazis y su vasta red de servidores son obviamente responsables de los atroces crímenes que han cometido. Pero lo que sobre todo inquieta a Arendt es la capitulación moral de la mayoría y su incapacidad para precisar y reflexionar. Esto es lo que históricamente caracteriza el mal en las sociedades totalitarias: la banalización de lo intolerable y, en consecuencia, su viabilidad impune.

Para escándalo de la sociedad israelí de los años 60 del siglo XX y de buena parte de la intelectualidad europea o norteamericana, Arendt defendió en este trabajo que sin la complicidad de los consejos judíos en el Reich y en los diversos países ocupados (que seleccionaron, organizaron y pagaron las deportaciones de las comunidades judías a los campos de exterminio y de concentración) la “solución final” no habría sido posible y el número de judíos asesinados en masa habría sido claramente inferior a lo que fue. Del mismo modo, se debe preguntar si sería posible la política de genocidio y masacre contra el pueblo palestino llevada a cabo en Gaza y Cisjordania por el Estado de Israel apoyado por los Estados Unidos, sin la complicidad silenciosa de los gobiernos y de buena parte de la opinión pública de los países de la Unión Europea y de Occidente en general. Nuevamente es la banalización del crimen lo que no sólo lo hace viable, sino que genera su impunidad a nivel internacional. En realidad, el concepto de banalidad del mal vuelve a ser central en el análisis de la actual crisis del capitalismo tardío.

El impasse del capitalismo tardío y el autoritarismo de nuevo tipo

Se sabe que la crisis del capitalismo en la época del neoliberalismo se deriva de su prolongada incapacidad estructural para superar un largo período de tasas de acumulación mediocres y del estancamiento y la inflación en su crecimiento global. A pesar de los niveles de concentración del capital sin precedentes e incluso del registro de tasas de beneficio impresionantes de las multinacionales vinculadas a las nuevas tecnologías digitales, en términos globales, la economía capitalista se arrastra en la estanflación: la naturaleza especulativa y parásita del capitalismo dominante genera su propio impasse.

Los gestores económicos y políticos del capital financiero -el centro socialdemócrata y la derecha tradicional en cada Estado o en los organismos supranacionales- intentan superar el impasse sistémico reforzando autoritariamente la imposición de la estrategia neoliberal contra cualquier tipo de resistencia social o política. La privatización de los sectores estratégicos de la economía o de los servicios públicos universales para potenciar la acumulación parasitaria y rentista; la especulación financiera en detrimento del fomento productivo; la desgravación fiscal de las grandes fortunas; la ofensiva contra los derechos laborales para maximizar la extracción de la plusvalía relativa y absoluta (precarización, uberización, despidos, deslocalizaciones, salarios bajos, empeoramiento de las condiciones de trabajo, sobre la explotación del trabajo inmigrante, restricciones al derecho a la huelga, a la libertad sindical y a la contratación colectiva…); la carrera armamentista para disputar mediante la guerra dominios imperiales; la preservación del beneficio marginando las políticas preventivas contra la catástrofe ambiental y climática: es todo un programa en el que, a un plazo más o menos corto, la democracia política y social es vista como un obstáculo a eliminar.

Parte del centro y de la derecha clásica optan en este contexto por un drástico giro a la derecha para acabar autoritariamente con las resistencias sociales y políticas con la única solución de que disponen: aplicar sin compasión ni concesiones los programas de reestructuración neoliberal, en la práctica, radicalizar el proceso económico, social, político y cultural de regresión civilizacional ya en curso. Parece que lo están haciendo por dos caminos más o menos simultáneos según los países: adaptando programáticamente y en la práctica gubernamental las políticas y prioridades de la nueva extrema derecha que ha emergido exitosamente con la crisis y el descontento, o aliándose con ella en acuerdos parlamentarios o gubernamentales. En ambos casos, el papel de la extrema derecha fascista, al conferir alguna base electoral y de masas a la radicalización de una derecha clásica en declive, hace que este acercamiento sea casi ineludible y permite prever la emergencia a corto o mediano plazo de regímenes autoritarios de nuevo tipo, tal vez las nuevas formas de un fascismo adaptado a las condiciones actuales. En realidad, solo la resistencia social y política, nacional e internacional, de las opiniones públicas y de las movilizaciones populares puede detener esta deriva fascista que se alimenta a sí misma con los éxitos que obtiene: el triunfo de Trump en los Estados Unidos anuncia tiempos difíciles para la democracia política y para las izquierdas socialistas y antifascistas en todo el mundo.

Una subversión política de este tenor, por su dimensión estructural e impacto social, requiere no solo la captura y reconfiguración autoritaria del Estado por ese frente de las derechas fascistas sino, sobre todo, para lograr imponerse, necesita la fabricación del consenso social que permita la aceptación, (activa o pasiva) del nuevo orden. Es decir, necesita conquistar la hegemonía ideológica, establecer una visión del mundo, un sistema de valores y representaciones que organice la adhesión o la sumisión. Y, como en el fascismo paradigmático, esto no se obtiene solo por la coerción, por la violencia represiva, exige la adecuada combinación de esta con la masiva regimentación del cumplimiento a todos los niveles de la vida social. Esta gigantesca ofensiva ideológica por parte de las derechas neoliberales y fascistas, esta guerra cultural contra la democracia, el socialismo y todas las expresiones del pensamiento emancipatorio está en marcha. Su virulencia y expansión son financiadas, equipadas y entrenadas por el asombroso poder de las multinacionales que controlan oligopolísticamente las nuevas tecnologías digitales y promueven con éxito, a través de las redes, sociales y no sólo, la manipulación algorítmica y el condicionamiento de los comportamientos, la explotación de los instintos primitivos, la mentira, la demagogia, la intimidación, el culto sin sentido del caudillo bufón e histriónico.

El hecho es que este circo parece responder al miedo, a la ira, al descontento de vastos sectores intermedios y asalariados de la población víctimas del rastro de destrucción económica y social del capitalismo neoliberal o amenazados por ella, pero que se sienten abandonados por la gobernanza de las élites tradicionales del centrismo socialdemócrata y de la derecha clásica y descreen de la capacidad de una izquierda debilitada de constituirse como alternativa. La vieja derecha, que tiende a aliarse a la nueva extrema derecha, cabalga por ello, con éxito, los sentimientos de frustración generalizados, debidamente aplanados e instrumentalizados, por paradójico que parezca, en apoyo de las formas más radicales y violentas de explotación y prepotencia política. Este éxito radica en la socialización del miedo y la inseguridad, en la difusión de la creencia irracional en las «virtudes» de la desigualdad, de la ley del más fuerte, de la impiedad social, como si fueran una expresión del «orden natural» de las cosas. Es una especie de retorno político y cultural del darwinismo social contra la solidaridad y la acción colectiva, desplegado en el recrudecimiento del racismo, de la misoginia, de la homofobia y en el fomento de nuevas formas de oscurantismo generadoras de apatía y de la quiebra del espíritu crítico frente a la barbarie y la arbitrariedad. Y por ahí se vuelve, en esta época del capitalismo tardío, a la banalidad del mal. A esa especie de gran colapso moral que hace de buena parte de las víctimas, aliadas del Apocalipsis contra sí mismas. La banalidad del mal fabricada por la alienación es el camino abierto al desastre que sólo la resistencia contra-hegemónica puede y debe detener.

Intentaré ilustrar brevemente el problema actual de la banalidad del mal en relación con dos cuestiones cruciales que hoy se plantean a nivel nacional e internacional: la cuestión de la guerra y la paz y la cuestión de la conciliación o el conflicto de clases.

La cuestión de la guerra y la paz

Probablemente no haya mejor ejemplo en los días que corren del sonambulismo cívico y del colapso moral de la ciudadanía rendida a la barbarie que la actitud de la gobernanza británica y europea y de amplios sectores de la opinión pública «civilizada» y «liberal” frente a la guerra genocida llevada a cabo por el Estado de Israel contra el pueblo palestino. Cerca de 45.000 muertos (70% de los cuales mujeres y niños) como resultado de los bombardeos y la invasión militar ilegal de Gaza y Cisjordania; recurso masivo de tortura, asesinatos y arrestos arbitrarios; asedio total a la población de Gaza masacrada y sin posibilidad de fuga; bloqueo de la ayuda humanitaria y prohibición de la intervención de la agencia de las Naciones Unidas responsable de organizar y distribuir el apoyo alimentario, médico y sanitario (con la detención y asesinato de varios de sus empleados); violación sistemática de los derechos más elementales de la población árabe – todo este rastro sangriento de crímenes de guerra y genocidio comenzó mereciendo de la Unión Europea, de la mayoría de los gobiernos que la componen, del gobierno británico y de gran parte de sus partidarios una vergonzosa aprobación bajo el pretexto de que se trata del “derecho de defensa” del gobierno fascista de Israel. Cuando la protesta mundial e incluso la condena de los tribunales internacionales han crecido, la aprobación de las élites occidentales se convirtió en un silencio hipócrita. Atraída a la soberanía imperial de los Estados Unidos, la “Europa de los derechos” y del “imperio de la ley” se convirtió en cómplice activa del crimen de genocidio y exterminio del pueblo palestino, disculpo y trivializó la barbarie permitiendo la impunidad de la matanza y la violación del derecho internacional. La banalidad del mal se instaló para apoyar la agresión. Con la victoria de Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses se puede pasar impunemente y con un apoyo reforzado a los siguientes pasos del programa de la extrema derecha sionista: la anexión de Gaza, Cisjordania y parte del Líbano al «Gran Israel» y el ataque militar a Irán. De ahí a la guerra mundial no hay más que un pequeño paso. La banalización y la impunidad del genocidio desembocan en la guerra. Hoy como en 1939.

La cuestión de la desigualdad y la conciencia de clase

Sólo aparentemente hay contradicción entre el culto ideológico de las “virtudes” de la desigualdad y la competencia proclamada por los políticos y publicistas de la derecha y la extrema derecha y la apología que todos ellos hacen del fin de la lucha de clases y de la armonía esencial entre el capital y el trabajo. En realidad, la difusión neo-corporativista y organicista de las concepciones defensoras del “abrazo” entre patrones y trabajadores como fruto del “orden natural” de las cosas y de la lucha de clases como anomalía artificialmente inducida por la subversión socialista es la puerta abierta para la imposición de las formas más brutales de desigualdad e injusticia social y para la criminalización, como “comportamiento desviado”, de cualquier forma de organización y resistencia de clase. Hoy como en el pasado, en el fascismo clásico, el corporativismo es el camino para la sumisión del trabajo al capital.

Por dos razones obvias. Porque con su predicación sobre la conciliación de clases, los oligarcas preparan la neutralización o la prohibición de la libertad sindical, la limitación o la prohibición del derecho a la huelga, el vaciado de la contratación colectiva, la liberalización de los despidos, la devaluación real de los salarios, la generalización de la precariedad y la uberización, el empeoramiento de las condiciones y de la duración del trabajo, en definitiva, la maximización de la extracción del valor añadido y del beneficio

En segundo lugar, porque para alcanzar estos objetivos necesitan anestesiar la conciencia de clase del mundo del trabajo, hacer que el proletario deje de reconocerse como sujeto transformador de la sociedad y se asuma como «clase media» que colabora con los patrones. Es decir, el capital necesita imponer un ambiente ideológico de desmovilización y alienación, poner a los trabajadores en contra de sus propios intereses, trivializar la explotación. Para empezar, contra el trabajo inmigrante, lanzando a los trabajadores «nativos» contra los inmigrantes, sin tener en cuenta que tiende a ser este patrón de explotación el que la patronal quiere imponer globalmente.

A esta ofensiva ideológica –que ha progresado con éxito en el mundo occidental– contribuye la propia estructura del capitalismo neoliberal y sus efectos en la naturaleza y en la conciencia de la clase obrera: la desmovilización y desindicalización derivada de la hegemonía de las ideas triunfantes por la ausencia de alternativa al capitalismo financiero victorioso de la posguerra Fría; la progresiva quiebra de los PC de obediencia soviética y de sus aparatos sindicales sin constituir una alternativa a la izquierda suficientemente fuerte como para resistir con éxito el reflujo y la deriva hacia la derecha (excepto, en Europa, el caso de Francia Insumisa); el proceso objetivo de segmentación, precarización, uberización, deslocalización y desempleo del mundo del trabajo asalariado, con profundos reflejos en su unidad y movilización.

El mundo del trabajo cambió objetiva y subjetivamente en la época actual del capitalismo tardío. Y estos cambios contribuyen al retroceso de la conciencia de clase, al sonambulismo social y a la conciliación, a la desmovilización. Este es el fruto de la banalización de la explotación y de la aceptación de las peores formas de injusticia y desigualdad. Una vez más, la banalidad del mal va de la mano de la regresión social y civilizatoria. La izquierda socialista tiene que encontrar las soluciones políticas y sindicales adecuadas para contrarrestar esta tendencia. A raíz del triunfo del trumpismo en los Estados Unidos han surgido puntos de vista que proponen el retorno a un cierto economicismo reformista y el abandono de la conexión de la lucha del trabajo con los combates feministas, antirracistas y antihomofóbicos. No parece ser ese el camino. La explotación y la opresión del capitalismo actúan como un todo. La centralidad de la lucha por la emancipación del trabajo es inseparable de la lucha contra el patriarcado, el racismo y la homofobia. La lucha por el socialismo, por la transformación de la sociedad, solo puede ser la lucha de todos. La izquierda que se engaña sobre esto camina inevitablemente hacia la irrelevancia.

Nota:

(1) António Araújo y Miguel Nogueira Brito, “Introducción. Arendt en Jerusalén”, en Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un reportaje sobre la banalidad del mal, Ítaca, 2017, p. 32

Fernando Rosas. Historiador. Profesor emérito de la Universidad Nova de Lisboa. Fundador del Bloque de Izquierda

Texto original: https://www.esquerda.net/artigo/crise-do-capitalismo-tardio-e-banalidade-do-mal/92963

Fuente: https://sinpermiso.info/textos/la-crisis-del-capitalismo-tardio-y-la-banalidad-del-mal
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#^La era del realineamiento de clases

A lo largo de las últimas décadas, la socialdemocracia abandonó a los trabajadores. Luego los trabajadores abandonaron a la socialdemocracia.

¿Puede prescindir la socialdemocracia de los trabajadores? Esta pregunta habría sido impensable hace unas décadas. En la actualidad, refleja el principal reto al que se enfrentan los partidos de centroizquierda en todo el mundo.

En Estados Unidos, aunque el Partido Demócrata ha virado hacia posturas progresistas en política nacional, cuenta con menos apoyo de la clase trabajadora que nunca. Tanto las encuestas del Center for Working-Class Politics que utilizan datos ocupacionales como las encuestas a pie de urna de la CNN que utilizan la educación como indicador de clase (un marcador impreciso pero útil) muestran una distancia cada vez mayor entre los demócratas y los trabajadores. En 2020, Biden perdió entre los votantes sin estudios universitarios por 4 puntos. En las elecciones de 2024, Harris los perdió por 14.

El cambio en el atractivo del partido es evidente incluso entre los trabajadores sindicalizados. En 1992 favorecieron a Bill Clinton por 30 puntos. Donald Trump se acercó a 19 puntos en 2020 y redujo la diferencia a tan solo 8 puntos este año.

Dinámicas similares están en juego en todo el mundo capitalista avanzado, como en Alemania, donde el partido de izquierdas Die Linke pasó de recibir casi un tercio de los votos en los estados industriales del este del país en 2019 a apenas alcanzar a registrarse como fuerza electoral este año. Del mismo modo, aunque continúa en el poder, la tendencia del Partido Socialdemócrata es perder apoyo entre los trabajadores, que se sienten cada vez más atraídos por los llamamientos de extrema derecha de Alternativa para Alemania: la AfD se convirtió recientemente en el grupo más grande en el parlamento estatal de Turingia.

Durante décadas, quienes siguen comprometidos con un programa socialdemócrata tradicional han respondido a esta crisis de apoyo con una combinación de minimización del problema, búsqueda de sustitutos para los votantes de clase trabajadora perdidos e intentos de volver a captar a su antigua base moviéndose hacia la derecha en cuestiones sociales. Hasta ahora, ninguna de esas respuestas ha resultado satisfactoria.

Los primeros días


Para entender el alejamiento de los partidos socialdemócratas de los trabajadores, debemos remontarnos a los orígenes de estas organizaciones. Con la aparición de una clase obrera masiva en el siglo XIX, los trabajadores empezaron a buscar representación política y económica. Dado que los capitalistas detentaban el poder político y económico, los trabajadores necesitaban organizaciones que persiguieran sus intereses colectivos. Los partidos socialdemócratas se convirtieron en la expresión política de los intereses de la clase obrera en la sociedad en general, y los sindicatos persiguieron esos intereses en el terreno de la producción. No importaba si esos órganos eran representantes efectivos o si también estaban poblados por campesinos, artesanos y otros sectores que difícilmente podían considerarse parte de la clase obrera industrial; eran inseparables de su base social básica.

Una política de izquierda arraigada en torno a estos partidos y sindicatos obreros y un conjunto de reivindicaciones igualitarias fueron la norma durante siglo y medio. Esta política no representaba en absoluto un movimiento unificado; las fracturas y escisiones —entre la socialdemocracia de preguerra y el anarquismo, entre la socialdemocracia de posguerra y el comunismo— fueron habituales. Pero cualquier competencia dentro de la izquierda era siempre por la lealtad de la misma gente.

En ciudades como Manchester o Turín, la gente vivía apiñada en barrios y trabajaba en fábricas densamente pobladas, en cierta manera obligada por el propio capitalismo a establecer, si no siempre lazos de solidaridad, al menos de comunidad. Como era de esperarse, votaban mayoritariamente a partidos de izquierda. El trabajo de los militantes revolucionarios consistía en convencer a los trabajadores ya comprometidos con una vía lenta hacia el socialismo para que la reemplazaran por una vía urgente.

Es un punto de partida irrisoriamente fácil comparado con la situación en la que nos encontramos en la actualidad, cuando la clase obrera parece más fragmentada que nunca y menos atraída por la política igualitaria. En 1885, William Morris escribió que, aunque los trabajadores sabían que eran una clase, los socialistas tenían que convencerlos de que «debían ser sociedad», una fuerza capaz no solo de existir dentro de una economía, sino también de controlar el futuro de esa economía. Ahora, los socialistas debemos esforzarnos por defender también la parte de la clase.

La socialdemocracia en guerra contra sí misma


¿Cómo hemos llegado a este punto? Hace casi medio siglo, el historiador británico Eric Hobsbawm se preguntaba si «la marcha hacia adelante del trabajo y del movimiento obrero» se había detenido, y el teórico francés André Gorz declaraba que la clase obrera había muerto como agente social. Teniendo en cuenta la profundidad de la división de clases en la actualidad, esas declaraciones previas parecen tan clarividentes como prematuras.

Los cambios incipientes que Hobsbawm y Gorz detectaron tenían raíces tanto económicas como sociológicas. Los logros de la socialdemocracia de posguerra (y los de su contrapartida estadounidense, el New Deal) se basaron en una expansión económica que favoreció tanto a los trabajadores como al capital. Cuando el crecimiento se ralentizó en la década de 1970, las demandas de los trabajadores que los capitalistas habían soportado anteriormente con el objetivo de mantener la paz les parecieron económicamente insostenibles. En este nuevo entorno, los sindicatos y los partidos políticos en retirada tenían menos que ofrecer a los trabajadores por su participación.

Al mismo tiempo, los propios trabajadores estaban cambiando rápidamente. La automatización y la competencia mundial provocaron un desplazamiento del empleo fordista en los sectores industriales al trabajo en las industrias productoras de servicios. Mientras tanto, la inmigración masiva diversificó aún más la clase trabajadora desde el punto de vista étnico.

La clase trabajadora nunca había sido una entidad estática, sino más bien un grupo de personas que dependían de los salarios de los empleos creados por un sistema capitalista en perpetuo estado de cambio y recomposición. Pero las décadas de 1970 y 1980 fueron un periodo de transformación especialmente rápida, y lo que realmente lo distinguió fue la sorprendente respuesta de los partidos apoyados por los trabajadores.

Las formaciones socialdemócratas se enfrentaron a las crisis económicas capitalistas de aquellos días buscando una solución en su propia base. Su rumbo definitivo estaba condicionado por la realidad básica y universalmente comprendida de que el crecimiento económico bajo el capitalismo se basaba en la creencia de los capitalistas de que podían invertir de forma rentable. La clase obrera solo existía gracias a las empresas privadas, y los trabajadores estaban atrapados tanto en un inexorable conflicto de clase con sus empleadores como en un estado de dependencia respecto de ellos. Del mismo modo, los Estados redistributivos que habían votado dependían de los impuestos para mantenerse. ¿Qué se podía hacer cuando los capitalistas exigían cambios estructurales antes de reanudar la inversión?

Al principio, la crisis de estanflación tomó por sorpresa a la centroizquierda. Pensando que habían abolido el ciclo económico mediante la intervención estatal, los viejos partidos de la Segunda Internacional marxista olvidaron un principio marxista básico: que las contradicciones del capitalismo y su tendencia a la crisis no podían resolverse dentro del sistema. Cuando las dificultades económicas demostraron ser algo más que un efecto transitorio de la crisis del petróleo de 1973, los socialdemócratas quedaron desamparados. Sin la voluntad de buscar alternativas en la izquierda —como permitir que los trabajadores obtuvieran más poder sobre la inversión a través de fondos laborales—, aceptaron una resolución neoliberal.

Los neoliberales habían argumentado que el capitalismo keynesiano funcionaba hasta cierto punto, pero tenía límites fijos. El estímulo monetario más allá de esos límites produciría inflación sin crecimiento, como a mediados de los años setenta. Desatar de nuevo el crecimiento no significaba gastar más dinero para estimular la demanda, sino reducir el Estado de bienestar regulador y restringir el poder de negociación de los sindicatos, que entonces buscaban aumentos salariales inflacionistas para compensar la inflación existente. En resumen, para reactivar la economía, la clase trabajadora tendría que aceptar menos. Después de intentar salir de la crisis mediante préstamos —sin éxito—, la socialdemocracia acabó aceptando sin reservas la acusación de que la propia socialdemocracia era la causa de la crisis económica.

En Europa Occidental, este giro de 180 grados adoptó sus formas más dramáticas en Francia. El gobierno socialista de François Mitterrand de los años ochenta había llegado al poder con el respaldo comunista y planes radicales. «Se puede ser gestor de una sociedad capitalista o fundador de una sociedad socialista», dijo Mitterrand en una rueda de prensa en 1971. «En lo que a nosotros respecta, queremos ser lo segundo». Sin embargo, cuando el primer gobierno de izquierda que había tenido Francia en décadas entró en funciones en 1981, el país ya se enfrentaba al desempleo, al estancamiento económico y a vientos en contra en el plano internacional.

Se intentó una solución sobre bases keynesianas: Las «110 propuestas para Francia» de Mitterrand incluían un programa masivo de obras públicas, mayores derechos sindicales y medidas de coparticipación, aumento de los salarios mínimos y las pensiones y una reducción de las horas semanales de trabajo. En 1982, el gobierno puso algunos grupos industriales clave y casi cuarenta bancos bajo control estatal para ayudar a mantener el empleo y acelerar la reestructuración económica.

El resultado fue una fuga masiva de capitales y el agravamiento de las dificultades económicas. En vano, Mitterrand alegó ante la clase empresarial que él no era un «marxista-leninista revolucionario» y que su camino era el único para «poner fin a la lucha de clases». Al final, ganarse el apoyo de los empresarios no demandó solo un freno a su programa, sino un retroceso dramático hacia una política de austeridad. Para socialdemócratas como el alemán Gerhard Schröder y el Nuevo Laborismo de Tony Blair, la lección fue contundente: cuando llegó su momento, a lo sumo procuraron combinar medidas redistributivas ex post con la nueva ortodoxia económica.

En Estados Unidos, donde el compromiso de los demócratas con los trabajadores siempre fue sospechoso, la transformación no tuvo menores consecuencias. Jimmy Carter llegó a la Casa Blanca en 1977 con un programa respaldado por los trabajadores y centrado en el gasto en infraestructura, objetivos de pleno empleo y ampliaciones del Estado del bienestar. Pero al cabo de un año, alarmado por el aumento de los precios al consumidor, se lo pensó mejor y propuso un presupuesto «ajustado y austero» para controlar el gasto.

La inflación siguió aumentando hasta alcanzar los dos dígitos en 1979, por lo que pronto se adoptaron medidas aún más drásticas. Bajo el mandato de Paul Volcker, la Reserva Federal contrajo la oferta monetaria general permitiendo que los tipos de interés se dispararan. El desempleo alcanzó niveles no vistos desde la Gran Depresión. Carter combinó el tratamiento de shock de Volcker con reducciones de la infraestructura reguladora de la era del New Deal, especialmente en el sector financiero. Mientras el presidente hablaba por televisión de la salud moral de Estados Unidos, la salud económica de los trabajadores que lo habían elegido estaba fallando. Una ola de desindustrialización afectó a la base manufacturera estadounidense, disparó el déficit comercial y alimentó la decadencia urbana. Cuando a mediados de los ochenta se produjo una vacilante recuperación, Ronald Reagan ya estaba en el poder para atribuirse el mérito.

Al igual que la socialdemocracia en Europa, el Partido Demócrata en Estados Unidos responsabilizó a sus propios partidarios por la demora en la recuperación del crecimiento. Pero lo que vino después fue igualmente perjudicial. A pesar del dolor causado a finales de los años 70 y 80, Bill Clinton contó con gran parte de la antigua coalición del New Deal para ganar la presidencia en 1992. Una vez en el poder, sin embargo, buscó construir un nuevo consenso bipartidista sobre el libre comercio y el objetivo de «acabar con el bienestar tal y como lo conocemos». Clinton hizo poco por evitar la pérdida de puestos de trabajo en la industria y adoptó a los profesionales de los suburbios y a los «trabajadores del conocimiento» como sustitutos de los votantes perdidos de su partido. Encontró nuevas fuentes de apoyo en las empresas tecnológicas —los «Demócratas Atari»— y en las finanzas.

Los demócratas, así, pasaron de ser el partido de la justicia y la estabilidad al partido de la meritocracia y el dinamismo. Esta transformación quedó clara en el infame comentario del senador Chuck Schumer en vísperas de las elecciones de 2016: «Por cada demócrata de cuello azul que perdamos en el oeste de Pensilvania, recogeremos a dos republicanos moderados en los suburbios de Filadelfia, y puedes trasladar esto a Ohio, Illinois y Wisconsin». Sin una visión económica como la propuesta por el New Deal, que hacía de una clase trabajadora unificada su núcleo, los demócratas se vieron obligados a hablar de progreso únicamente en el lenguaje de la representación y los derechos civiles. Tales apelaciones tenían pocas cosas tangibles que ofrecer a la gente, especialmente a los hombres blancos que acudieron en masa a Trump en 2016.

Sustituciones


La socialdemocracia, y en mayor o menor medida sus imitadores de centroizquierda, surgió en primer lugar para representar los intereses de los trabajadores frente al capital pero acabó respondiendo a las contradicciones del capitalismo inclinándose por defender los intereses del capital frente a los de los trabajadores. Dada la dependencia asimétrica del trabajo respecto al capital, esta respuesta era racional en un sentido económico. Pero una de sus consecuencias políticas fue la huida masiva de trabajadores de los partidos de izquierda.

Según Political Cleavages and Social Inequalities, editado por los economistas Amory Gethin, Clara Martínez-Toledano y Thomas Piketty, entre 1950 y 1959 la izquierda de las democracias occidentales obtuvo en promedio un 31% más de votos entre la clase trabajadora que entre otras clases. En 2020, ese margen era solo del 8%. Es importante destacar que los ricos han mantenido su tradicional lealtad a los partidos de derecha, pero las clases profesionales han cambiado en respuesta al giro social-liberal de los partidos socialdemócratas. En resumen, los otrora «partidos de los trabajadores» se están convirtiendo en «partidos de los educados».

Algunas figuras de la centroizquierda y la izquierda actuales glorifican los cambios en curso. Las declaraciones de Schumer fueron quizá el ejemplo más extremo de esta tendencia, pero la idea está presente incluso en la extrema izquierda contemporánea. La propia clase trabajadora está cambiando, señalan acertadamente activistas y políticos de izquierda. A medida que el número de puestos de trabajo que exigen mayores credenciales aumenta, la clase obrera se ha vuelto más culta. También se ha diversificado. En lugar de vincular la política de centroizquierda a un tema universal, afirman, deberíamos ver a los trabajadores como un importante grupo de interés a semejanza de otros como la «gente de color», los ecologistas, los pobres, etc. Esta amplia coalición puede tener un aspecto diferente al movimiento obrero que construyó la socialdemocracia clásica, pero demostrará ser igual de capaz de lograr la redistribución.

Aunque esta corriente tiene razón al evitar valorizar un momento particular de la vida de la clase obrera, ignora tanto la medida en que la estabilidad fordista fue el resultado de victorias políticas duramente ganadas, como el hecho de que el ascenso del «precariado» está en sí mismo relacionado con las derrotas sufridas por los socialdemócratas y los sindicatos. En lugar de intentar reconstruir las bases sociales de la izquierda, estos dirigentes se esfuerzan por encontrar una nueva, pero esta vez a través de actores que no están tan estratégicamente posicionados como los trabajadores en los puntos de producción e intercambio.

Sin embargo, una coalición basada principalmente en la ideología es siempre más débil que una basada tanto en la ideología como en intereses materiales compartidos. Este hecho creará nuevos dilemas para los partidos de centroizquierda cuando lleguen al poder. ¿Cómo será posible, por ejemplo, ampliar los Estados de bienestar sin los ingresos fiscales adicionales provenientes de los profesionales que ahora votan contra la derecha por razones sociales y culturales?

Respuestas equivocadas


Este enfoque reciente de la política de la centroizquierda es un reflejo del que en su día adoptó el Nuevo Laborismo en Gran Bretaña. Tras la derrota de los laboristas en las elecciones generales de 1992, la Sociedad Fabiana publicó Southern Discomfort, un panfleto en el que pedía a los laboristas que se reorientaran hacia los profesionales del sur de Inglaterra. Sus conclusiones, que incluían un énfasis en la «oportunidad», el «individualismo» y la restricción fiscal, fueron adoptadas por Tony Blair en su exitosa campaña de 1997. El Nuevo Laborismo de Blair era, al menos en parte, un proyecto para convertir al laborismo, de un partido socialdemócrata de la clase trabajadora, en «el ala política del pueblo británico»: joven, cosmopolita y dinámico. Los enemigos contemporáneos del blairismo parecían competir en un terreno muy parecido.

Pero existen otras dos respuestas a este realineamiento de clases que tampoco son satisfactorias. Una es negar directamente que se esté produciendo. Michael Podhorzer, antiguo director político de la Federación Estadounidense del Trabajo, por ejemplo, argumenta que los cambios en los patrones de voto son principalmente el resultado de tendencias regionales divergentes: los trabajadores se han desplazado hacia la derecha en estados que ya eran rojos. Sin embargo, como rebate Jared Abbott en una revisión exhaustiva de los datos en Estados Unidos, «los votantes de clase trabajadora son, en efecto, más propensos a votar a los demócratas en los estados azules que en los rojos o los morados, pero están tendiendo a alejarse de los demócratas en todos los contextos».

Otra respuesta de los socialdemócratas ha sido extirpar los valores liberales de la política de centroizquierda para apelar a lo que consideran valores «tradicionalmente conservadores» de la clase trabajadora. En este sentido, cuando los partidos de izquierda estaban más arraigados en las comunidades obreras, entendían instintivamente cómo apelar a sus electores. A medida que se burocratizaban y se distanciaban de esta base y que su bloque de votantes se vuelve más de clase media, buscaban apoyo yendo demasiado a la izquierda en cuestiones culturales y sociales.

El partido de Sahra Wagenknecht (BSW) en Alemania es un ejemplo destacado de este enfoque: ofrece gran parte del programa económico tradicional de la izquierda, pero intenta flanquear a la derecha en cuestiones como la inmigración, que ahora es un tema político de primer orden en Alemania.

Ese debate nacional ha coincidido con la pérdida de empleo en el sector manufacturero. Alemania había evitado durante mucho tiempo la destrucción de trabajo industrial experimentada por otros países capitalistas avanzados, pero el empleo en el sector automotriz cayó un 6,5% el año pasado, y el 60% de los proveedores de automóviles planean recortes adicionales en Alemania en los próximos cinco años. Lo mismo ocurre en otros sectores industriales. Conglomerados como ThyssenKrupp y BASF también se embarcaron en ajustes. La rápida desindustrialización y el paso a una economía de servicios peor remunerada han coincidido con el aumento de la población extranjera con derecho a prestaciones. De los 750 000 refugiados ucranianos en edad de trabajar que residen en Alemania, por ejemplo, solo una cuarta parte ha encontrado trabajo, ligeramente más que la proporción de quienes reciben ayudas por desempleo.

Este entorno ha permitido prosperar a la derechista AfD, especialmente en el este desindustrializado del país. El BSW ha evitado la peor retórica sobre inmigración, y la propia Wagenknecht declara regularmente su oposición al racismo. Pero en su intento de disputar los trabajadores a la derecha, ha dicho que «Alemania está desbordada», que «no tiene más espacio» para los solicitantes de asilo y ha lamentado la existencia de «sociedades paralelas» en barrios musulmanes no integrados. Este tipo de narrativas hacen que la inmigración sea un problema cultural cada vez más importante en la política alemana —más importante que las respuestas económicas de la izquierda a las preocupaciones de la clase trabajadora sobre la inmigración— y ese cambio beneficia en última instancia a la extrema derecha.

Al BSW le preocupa, y con razón, el (escaso) arraigo de los partidos de izquierda en la clase trabajadora durante los últimos años. Pero su enfoque centrado en las divisiones de origen nacional dentro de la clase trabajadora refleja en cierto modo la retórica de la izquierda neoliberal que, por ejemplo, opone los intereses de las mujeres y las minorías a los de los hombres blancos. Ambas descripciones se apartan del enfoque socialista tradicional de la división entre capital y trabajo.

La estrategia de la paciencia


¿Existe algún camino a seguir como respuesta al realineamiento de clases de la socialdemocracia? Otras partes de Europa ofrecen una alternativa más prometedora, más ortodoxa desde una perspectiva socialista y que también ha demostrado su eficacia electoral. El Partido de los Trabajadores de Bélgica (PTB-PVDA) fue en su día un partido sectario de la izquierda comunista, pero desde 2008 ha evolucionado hasta convertirse en una fuerza de masas que da forma a la política de su país. Aunque hace tiempo que abandonó su bagaje maoísta, su enfoque organizativo sigue pareciendo sacado de un manual de épocas pasadas. El partido se centra sobre todo en la construcción de bases en las comunidades obreras, ofrece servicios sociales profesionales (incluso atención sanitaria primaria en los locales del partido) y ha colocado a los trabajadores a la cabeza de sus listas electorales.

Este planteo ha tenido éxito, incluso más allá de las zonas en las que el Partido de los Trabajadores cuenta con más apoyo, como Valonia: en unas elecciones celebradas en octubre en Amberes, obtuvo el 20% de los votos, solo superado por la derechista Nueva Alianza Flamenca. Sin embargo, aunque la organización a largo plazo del PTB-PVDA ha reconstruido a la izquierda como fuerza de oposición y ha ayudado a fusionar la ideología socialista con una base social real, hasta ahora no ha conseguido el poder para gobernar.

Esto es preocupante porque no se puede garantizar una influencia política duradera sin el poder del Estado. Pero también merece la pena identificar las limitaciones de perseguir el gobierno a toda costa. Cuando las condiciones no son favorables a un programa de izquierda, la socialdemocracia puede servir mejor a sus intereses ejerciendo presión exterior sobre los gobiernos dirigidos por el capitalismo. De hecho, hace medio siglo, tal vez hubiera sido mejor para la izquierda volver a la oposición que provocar ajustes estructurales que perjudicaran a su base, aunque la variante derechista de la austeridad corriera el riesgo de ser aún más dislocadora. Hoy podría ser mejor perder unas elecciones con votantes comprometidos con tu programa que ganarlas gracias a votantes que solo quieren hacer retroceder una agenda social de derechas.

En última instancia, la izquierda no puede ganar suficiente poder para cambiar la sociedad sin poner en primer plano las preocupaciones básicas y arraigarse en los grupos que más se beneficiarían de la redistribución de los recursos. Eso significa un compromiso con la solidaridad en muchas formas, pero también significa reconocer que la victoria no es posible sin el apoyo de personas que pueden tener todo tipo de puntos de vista contradictorios, incluso reaccionarios. Sin esta conciencia básica, los nuevos socialdemócratas se parecerán a los viejos burócratas comunistas de aquel poema de Bertolt Brecht de 1953 («La solución») que, tras un levantamiento, proponen disolver al pueblo y elegir a otro. Una versión preliminar de este ensayo fue publicada The Ideas Letter.

Fuente: https://jacobinlat.com/2024/11/la-era-del-realineamiento-de-clases/?mc_cid=d2dde2c01b&mc_eid=a22595803c
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Els valors de les #biblioteques s’acosten més als de l’ètica hacker i a la filosofia punk, que no pas als de l’extractivisme de dades del turbocapitalisme. Només depèn de nosaltres mateixos saber des de quina vorera del carrer volem veure passar la vida. I si paga la pena o no construir la nostra comunitat a deixar que ens la construeixin.

blog.mastodont.cat/2024/11/25/

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Es otra señal del hundimiento de la industria europea y, singularmente, de la alemana: el gigante alemán Thyssenkrupp eliminará alrededor de 5.000 puestos de trabajo y subcontratará cerca de 6.000 puestos en su rama siderúrgica. El holding se ha comprometido a financiar su filial siderúrgica en dificultades sólo durante los próximos veinticuatro meses. View article View summary #^La siderúrgica Thyssenkrupp despide a 11.000 trabajadores



Es otra señal del hundimiento de la industria europea y, singularmente, de la alemana: el gigante alemán Thyssenkrupp eliminará alrededor de 5.000 puestos de trabajo y subcontratará cerca de 6.000 puestos en su rama siderúrgica. El holding se ha comprometido a financiar su filial siderúrgica en dificultades sólo durante los próximos veinticuatro meses.

Thyssenkrupp eliminará o subcontratará 11.000 puestos en su filial siderúrgica de aquí a 2030, anunció ayer la empresa. El conglomerado industrial se enfrenta a dificultades crecientes relacionadas con la superproducción, el aumento del coste de la energía y la competencia del acero chino.

En la división que sufre pérdidas eliminarán alrededor de 5.000 puestos de trabajo y se subcontratarán 6.000, más del 11 por cien de su fuerza de trabajo. Thyssenkrupp añade que quiere reducir los costes salariales una media del 10 por cien en los próximos años, para adaptarlos a la competencia. “Queremos tener éxito en la reorganización del acero, si es posible sin despidos económicos”, dijo el director Miguel López.

En su nota de prensa de ayer, Thyssenkrupp asegura que estas medidas son “necesarias para mejorar la productividad y la eficacia operativa” de su filial siderúrgica Thyssenkrupp Steel, “y para alcanzar un nivel de costes competitivo”.

La empresa también presentó un plan para acabar con la superproducción. La capacidad de producción de acero se reducirá hasta una horquilla de entre 8,7 y 9 millones de toneladas, frente a los 11,5 millones actuales. Además, se cerrará la planta de Kreuztal-Eichen (oeste de Alemania), que emplea a 1.000 trabajadores.

Al mismo tiempo, el holding tiene intención de deshacerse de su filial Thyssenkrupp Steel. El proceso se aceleró en mayo con la adquisición del 20 por cien de las acciones por parte del empresario Daniel Kretinsky, a través de su holding EPCG, y actualmente negocia la recuperación de un 30 por cien adicional, con el objetivo de crear una sociedad mixta.

Durante este ejercicio contable, el volumen de negocios del sector siderúrgico cayó un 18 por cien, hasta 10.000 millones de euros, agravando la pérdida anual del grupo que se situó en 1.500 millones de euros.

El holding alemán del acero tiene casi 100.000 trabajadores, de los que 27.000 están en las fábricas siderúrgicas. El proyecto es una “catástrofe para los trabajadores y la industria de Renania del Norte-Westfalia”, cuna del grupo en el oeste de Alemania, dijo el sindicato IG Metall.

A primera hora del lunes, el holding se comprometió a financiar a la filial durante los próximos dos años. Thyssenkrupp quiere reestructurar su rama siderúrgica, una actividad histórica lastrada por el aumento del coste de la energía y la competencia china.

El fabricante de acero debe financiar su descarbonización, un proyecto que cuesta 3.000 millones de euros, aunque la factura final podría ser mayor. A Thyssenkrupp le gustaría fabricar “acero limpio” producido a partir de hidrógeno procedente de energías renovables, pero necesitaría inversiones masivas que no puede abordar, ni siquiera con subvenciones públicas.

Thyssenkrupp tiene previsto inaugurar su producción de “acero verde” en 2027 en su sede de Duisburg, gracias a más de 2.000 millones de euros en subvenciones públicas. Pero las previsiones económicas no son realistas. Las instalaciones pueden ser mucho más costosas y algunos consideran que nunca se van a poder llevar a cabo.
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Con sus políticas anexionistas, el gobierno israelí quiere sepultar cualquier proyecto de paz e impedir el establecimiento de un Estado palestino en las fronteras de junio de 1967, denunciaron hoy varios expertos. View article View summary #^Alertan sobre planes expansionistas israelíes en Cisjordania



Anexar la ocupada Cisjordania es el sueño de muchos ministros y parlamentarios de ese país, afirmó el abogado Medhat Diba, citado por la agencia oficial de noticias Wafa.

Ejemplificó con recientes declaraciones del titular israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, conocido por sus posturas antiárabes y en favor de los colonos judíos.

Los partidos extremistas israelíes tratan de explotar la guerra en la Franja de Gaza para ampliar el control sobre la Ribera Occidental, incluida la zona de Jerusalén Este, aseguró.

Por su parte, el director general del Departamento de Acción Popular de la Autoridad de Resistencia al Muro y a los Asentamientos, Abdullah Abu Rahma, advirtió que el plan israelí de anexión de Cisjordania tendría graves repercusiones políticas, sociales y económicas.

Entre los costos económicos citó el robo de tierras agrícolas y el incremento de las barreras militares, lo cual aumentará la dificultad de circulación y acceso a los mercados.

Desde el punto de vista social, apuntó, muchas ciudades, pueblos, aldeas quedarán aisladas en sí.

El proyecto es transformar la región en cantones separados y aislados para socavar la solución de dos Estados y hacerla inaplicable sobre el terreno, subrayó.

En similar sentido se pronunció Suhail Khaliliyeh, especialista en asuntos de las colonias israelíes.

Desde su llegada al poder, el nuevo gobierno encabezado por Benjamin Netanyahu intentó aumentar el número de colonos y expandir los asentamientos, destacó.

Está claro que uno de los principales objetivos de Netanyahu es anexar Cisjordania, coincidió el escritor y analista político Faraj Shalhoub.

Más de 250 mil colonos israelíes viven en la ocupada zona de Jerusalén oriental y otros 500 mil en el resto de la Margen Occidental, pese a los reiterados reclamos de la comunidad internacional, que considera esos territorios como parte del futuro Estado palestino.
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Esto es gravísimo.

Hoy el PSC ha enviado a un ejército de policías para desahuciar de una vivienda pública a una mujer con dos menores a cargo. El @SindicatHabSC ha intentado pararlo, la policía ha cargado y han enviado a una mujer de 70 años al hospital
t.co/yEfeFIG2wf

🔗 Radix (@NombreFalso1231)

t.me/RecRevCommie/55689

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Por estas cosas el "decrecimiento" a secas es un arma de doble filo.
Desde un punto de vista ecologista tiene sentido, pero es un concepto útil para la oligarquía para implementar políticas autoritarias y represivas contra la clase trabajadora.
Por eso, el "decrecimiento" siempre debe ir ligado a un cambio del modo de producción. Una economía planificada que acabe con la sobreproducción. Una economía en manos de la clase trabajadora, es decir, socialista.
Dentro del capitalismo, el "decrecimiento" supone más miseria todavía.

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