Cada vez que oigo hablar de la "escasez de chips" me imagino un mundo postapocalíptico donde los grupos de poseedores de un ordenador viven atrincherados en bloques de viviendas amurallados, mientras por las calles corretean hordas de salvajes incomunicados a la caza de incautos que transporten un pendrive o, en el colmo de la bisoñez, un móvil cargado.